La obra de Irarrázabal, presenta una gran variedad tanto en lo que respecta a la temática como en los materiales empleados, que van desde el metal, bronce, hierro, aluminio, hasta la madera, piedra y cemento. Esta variedad es fruto de una evolución artística que tuvo sus comienzos a finales de los años sesenta con la representación de figuras humanas que se distorsionan y adoptan posiciones extrañas: son vehículos de transmisión de una fuerte expresividad, resultado de su interés por temas como el amor, el sufrimiento o la muerte. La experiencia de la dictadura militar marcó un cambio en la temática, que pasó a tener mayores implicaciones sociopolíticas, cambio que desde finales de los años setenta también afectó a su estilo, que en lo formal pasó a buscar la simplificación; es entonces cuando elaboró sus célebres Manos gigantes, una serie de esculturas que ubicó en Chile y otras ciudades repartidas por todo el mundo. Las manos, de enormes proporciones, las de Venecia miden seis metros de altura, provocan el original efecto de parecer surgidas directamente de la tierra, y ponen de relieve la influencia que en él tuvieron las esculturas de la Isla de Pascua, que visitó en 1977. En los años noventa Irarrázabal retomó su interés por la figura humana y realizó varias instalaciones de objetos, entre las que destacó los 33 caballos balancín y 44 sillas de niños.
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